Un humilde granjero cayó enfermo en cama y no podía ocuparse del ganado. Siempre había sido un hombre trabajador y generoso que compartía su trigo con las hadas. Así que cuando las Ellylon se enteraron de que no podía trabajar, se presentó una de ellas en su casa para hablar con él.

Una mañana que se encontraba mejor, se asomó por la ventana para verlas trabajar. Allí estaban pequeñitas, menuditas, con su gorrito rojo, moviéndose rápidamente. Lo más divertido era verlas trabajar entre risas y bromas. No pudo reprimir la risa y las Ellylon lo escucharon. Sin darle tiempo a nada, desaparecieron. Desde ese día no volvieron a ayudarle en la granja, pero le acompañó siempre la buena suerte.
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